- ¿De donde vengo, dónde me encontraste?
-pregunta el recién nacido a su madre.
Ella llora y ríe al mismo tiempo y,
estrechado al niño contra su pecho, le responde:
- Tesoro mío, estabas escondido en mi corazón, no eras sino su deseo. Estabas en las muñecas de mi infancia cuando, cada mañana, modelaba en arcilla la imagen de mi Dios, eras tú al que hacía y rehacía. Estabas en el altar con la divinidad de nuestro hogar; al adorarla era a ti a quien adoraba. En todas mis esperanzas, en todos mis amores, en mi vida, en la de mi madre, eras tú quien ha vivido.
El espíritu inmortal que protege nuestro hogar te acuna en su seno desde la noche de los tiempos. En mi infancia, cuando el corazón abría sus pétalos, eras tú quien lo envolvías, como un perfume embriagador. Tu delicada frescura aterciopelada mis jóvenes miembros igual que el reflejo del rocío que precede a la aurora. Tú, criatura del cielo, que tienes por hermana gemela a la luz de la alborada, tú has sido traído por las olas de la vida universal que te ha depositado por fin en mi corazón. Mientras contemplo tu rostro, el misterio me devora: ¡tú que a todos perteneces me ha sido dado a mi! Por temor a que escapes de mi, te estrecho contra mi corazón. ¿Qué magia ha entregado el tesoro del mundo a mis frágiles brazos?
Rabindranath Tagore
No hay comentarios:
Publicar un comentario